lunes, 6 de octubre de 2014

Frozen

Pensando en mis cosas de la semana, me llegó una idea de la nada, como un mensaje divino que me recordaba algo: nunca le dediqué un espacio en el blog a esta película y vaya que debí hacerlo… no sólo por el fenómeno cultural que se volvió, sino porque también fui víctima de su encanto.


Trataré de ser lo más parcial posible y les explicaré brevemente porqué:

• Primeramente: es un musical y como saben, tengo una pasión nada reprimida por ellos.
• Segundamente: es Disney y me considero un chico Disney… bueno, a medias, soy exigente con lo que le pido a Disney, pero es cierto que estoy en muy buenos términos con la compañía.
• Terceramente: canta Idina Menzel, lo cual ya me pone en un gran predicamento personal.

Entonces, juntando estos factores, intentaré no dejarme llevar por la parcialidad en lo más posible y mantener el profesionalismo crítico ante todo pues, si bien la película a mi me encanta, eso no la convierte en un producto perfecto o una nueva joya del mundo del cine. Esto con el propósito de mantener mi seriedad por respeto a ti, lector, y para no convertirme en lo que más odio de estos tiempos modernos: un fan boy partícipe de un fandom enfermo, petulante y caprichoso…


¿Qué es FrozenFrozen es una animación basada (MUY vagamente) en el cuento de Andersen: “La Reina de las Nieves” que, en este caso, deja de lado todo lo que la historia narra y cuenta una emotiva historia sobre dos hermanan cuya principal enseñanza al mundo es el amor fraternal, compartido más allá de los lazos de sangre. ¿Cursi? Sí, bastante, pero no molesto.


Como les dije arriba, Frozen es un musical… pero, la maravilla de esta película es que es REALMENTE un musical. Me explico:


A diferencia de otras películas con canciones (tanto de Disney como de alguna otra productora genérica), Frozenrealmente respeta y sigue la estructura básica del musical moderno, el cuál es la pauta reglamentaria en Broadway. No sólo es la inclusión de canciones llamativas o números aparatosos, sino que realmente tienen una inclusión orgánica, predecible y adecuada en el relato, siempre narrando los eventos importantes y las emociones de los personajes. No es cantar por cantar. Yo sé que hay mucha gente puede opinar lo contrario, de hecho, detrás de mí en el cine cine había una mujer que se quejaba abiertamente (y molestamente) con cada canción… amiga, ¿really? Vas a ver una película animada de Disney con princesas ¿y esperas que no canten? No sé en qué cueva vivas, pero eso es ampliamente un cliché.


En fin, regresando a la música. Si bien la distribución de las canciones sí es, en efecto, un poco pesada (el 80% de las canciones están prácticamente concentradas en la primera parte de la película), la estructura musical es un retorno al Disney clásico y un gran avance de las películas “musicales” más modernas en que el entretenimiento, no la narración, es el argumento decisivo de la musicalización (hablo de ejemplos como “Enredados” y “La Princesa y el Sapo”). La estructura musical funciona tan bien que crea este efecto de cultivo que tienen los musicales: la audiencia se acostumbra a tal grado a las melodías, que empieza a formar una relación emocional-icónica con la música del film. Sin embargo, si hay ciertos desatinos a mi parecer, los cuales enlisto aquí abajo:

• Fixer upper” – aunque la canción de los troles es divertidísima, es un tapón en toda la extensión de la palabra. En teoría es un número que debería ayudar a reducir el drama emocional que tiene la audiencia pero, seamos sinceros, a pesar de que Ana se esté muriendo, no hay suficiente drama como para romper un momento de tensión con 3 minutos de comedia musical. Si se hace una versión escénica, ahí está perfecto, en el cine, es el único momento en que medio perdemos esa cualidad estructural que tiene la película.
• “La voz del villano” – este argumento aplica exclusivamente en la versión mexicana: la voz cantada de Hans es horrible.
• “¿Traducciones, anyone?” – El final de la canción del muñeco, la parte triste que canta la Ana mayor, está tan mal traducida al español que no sólo se pierde el mensaje que tiene ese fragmento, sino que además carece de todo sentido.
• “El reprise faltante” – no quiero adentrarme mucho en esto, pero es algo que he hablado prácticamente con todo el mundo con quien hablo de esta película. Esta es la situación: Axel sentado en el cine, llega el momento clímax cuando Hans está por alcanzar a Elsa en la tormenta y Ana corre a salvarla. Ana se convierte en hielo y Elsa la toma en sus brazos y llora por el daño que le hizo a su hermana. Axel dice: “aquí van a cantar, es obvio”. Pero no lo hacen. Entiendo las razones posibles: tiempo, reacciones del mercado y demás que puedan decirme, pero ahí faltó algo: un reprise de “¿Y si hacemos un muñeco?”, con un arreglo más lento y unos ajustes a la letra. Es una bomba de drama: Elsa a los pies de su hermana convertida en hielo mientras canta la misma canción con la que Ana intentó hacerla salir de su encierro, con la esperanza de que sea suficiente para regresarle a su hermana y deshacer el daño que causó… just thinkabout it: “just let me in, we only have each otheris just you and me… what am I going to do… please, do you wanna build a snowman?”

Claro que, siendo muy rigurosos, si bien la música y la estructura son muy buenas, Frozen realmente tiene un solo gran acierto musical y es “Let it go”. Si alguien cree que el Oscar para Let It Go fue porque “es Disney, sólo eso” les comento que están en un grave error. Esta pieza tiene los dos elementos clave para ser una canción inolvidable: una melodía pegajosa y una letra con tema universal. BobyLópez pudo haber hecho un buen trabajo con toda la película, pero realmente se lució con Let It Go, al grado que basta abrir YouTube unos 5 minutos y ver el impacto cultural que sigue dejando la pieza… quisiera ver que la canción de Bono hiciera eso. Es simple: ya sea con un adolescente que está formando su identidad, un niño que está aprendiendo a vivir, un adulto que se siente limitado por sus obligaciones sociales o un grupo social que ya no quiere vivir en discriminación, Let It Go es más grande que Elsa, que Frozen o que una canción, es un discurso que le habla directo al corazón.


Dejando la música de lado, quisiera hablar un poco de la historia. Últimamente me estaba decepcionando un poco de las capacidades discursivas de Disney: todo comenzó con La Princesa y el Sapo. Para mí siempre representó el esfuerzo por comenzar una nueva era. El problema con el discurso gastado de las princesas eran las implicaciones “negativas” que traía a una sociedad que se quiere creer muy feminista: eso de esperar por el príncipe, sin capacidad de decisión y sucumbir ante los deseos de todo el mundo no era una imagen que la gente quería para la mujer moderna.


Entonces, llegó Tiana, quién no sólo rompía la imagen racial clásica de la princesa (caucásica, casi siempre rubia o de plano exótica), era una orgullosa mujer norteamericana y de color que, además, introducía algo que haría a Cenicienta saltar de su calabaza: la idea de que una mujer se vale por sí misma y que tiene la capacidad de luchar duro para alcanzar sus sueños. Excelente, en esencia, pero no en la práctica. La historia no terminó de cuajar para concretar ese mensaje y al final Tiana obtiene lo que quiere a expensas de su matrimonio con el príncipe. Después llegó Valiente (Enredados para mí fue un paso hacia atrás) y se reforzó esta idea de la mujer independiente y libre. Sin embargo, el discurso quedó ahogado en el drama familiar (que es algo maravilloso), el cuál le dio más peso al amor maternal que a la liberación femenina. Entonces llegó Frozen, con una serie de nuevos elementos: la ausencia del príncipe encantador, la traición masculina, el heroísmo y la determinación femenina y el amor fraternal entre hermanas. Frozen, para mí, sí presenta un discurso feminista con los matices adecuados, no extremista ni tampoco hegemónico. Esto no la posiciona como una película para niñas, sino como una película que le habla correctamente a las niñas y que les enseña a buscar la felicidad a su manera, en un mundo que sigue dominado por el hombre, a encontrar en las otras mujeres, aliadas en lugar de enemigas y a que existen más tipos de amor verdadero en el mundo que el que te puede dar una pareja (aunque, siendo justos, este es un mensaje valioso para todo el mundo). Así como existen niñas que sueñan con ser ingenieras, abogadas, amas de casa o estar en la política, hay niñas que aspiran a ser princesas y yo, en lo personal, no le veo nada de malo a eso, siempre que aspiren a ser princesas como Ana y no como Blancanieves (esa moscamuerta…)


A pesar de todo, Frozen se ganó mi corazón no por la música, no por Idina, ni tampoco por Olaf (aunque es imposible no amar a Olaf). Frozen se ganó mi corazón cuando vi a un par de niñas en lados opuestos de una puerta, ambas pidiendo amor y compañía a su manera. Cuando vi a una joven renunciar al amor verdadero para correr a salvar la vida de su hermana. Cuando vi a una mujer llorar a los pies de una estatua de hielo, porque pensaba que había perdido lo único que le quedaba en la vida. Sí, Frozen se llevó mi corazón no porque tocara mis fibras musicales o soñadoras, sino porque tocó las de hermano mayor. Cualquiera que tiene un hermano y ha llegado a sentir al menos una vez la fuerza que tienen los lazos de sangre puede identificarse con esta película. ¿Cuántas veces te separa una puerta invisible de alguien con quien compartes ADN? ¿Cuántas veces pones tus intereses a expensas de su bienestar? ¿Cuántas veces lloras ante un cajón pensando en lo que pudiste hacer diferente? Ese es el mensaje que creo que necesita un mundo que “sufre por amor”. En la era de los “forever alone” y de los Ted Mosby cuyo único valor en la vida está en encontrar al amor verdadero, alguien tiene que hacerte girar la cabezade vez en cuando y enseñarte que nadie está solo cuando tienes a quién te ate la sangre, pues esos lazos, si bien invisibles y a veces distantes, son irrompibles.



Frozen (2013)

DirJenniferLee

Prod: Peter Del Vecho

De: Chris Buck, Jennifer Lee y Shane Morris

Walt Disney Studios.

jueves, 2 de octubre de 2014

Coraline

Una película de Henri Selick (sigo resentido por aquella persona que me llevó a verla bajo la pretensión falsa de ser una de Burton). Coraline es la adaptación de la novela homónima de Neil Gaiman, una pieza de fantasía oscura de la escuela de Lewis Carroll.

Coraline relata la historia imposible de una niña que atraviesa a un mundo nuevo y fantástico, como forma de escape de la indiferencia paterna y que pronto encontrará que las maravillas del otro lado de la puerta no son lo que aparentan.

Siendo un fan bastante fiel de “Alicia en el país de las maravillas” y “Alicia a través del espejo”, debo decir que encontré Coraline, en su momento, fascinante y extrañamente cautivadora. Sin embargo, conforme uno explora más la película (y la novela, aunque este no sea un espacio literario, per se) va descubriendo capas interiores en el discurso heroico que no son tan claras en los trabajos de Carroll. No es secreto para quién me conozca (o para quién lea unas cuantas entradas del blog) que tengo una predilección por la fantasía macabra y Coraline tiene un elemento indefinible que la hace vigente, eterna y a la vez frágil.

Lo cautivador de Coraline es, antes que nada, la esencia básica de la narración. Es una historia que aborda la fantasía como una forma de escape infantil a la insatisfacción temprana del mundo real. La película deja ver toques de crítica a una sociedad estática, inerte y, a la vez, absurda que construyen los adultos en su vida cotidiana y la forma en que este vórtice absorbe y limita las mentes inquietas que piensan en technicolor, mientras ven un mundo en sombras de gris. Sin embargo, el toque de horror macabro marca una pauta nueva y emocionante, cuando la historia gira en el sentido opuesto y nos presenta un discurso del poder seductivo oscuro de las fantasías y la adicción destructiva al imaginario sobre lo empírico (procuro no utilizar la palabra “real” nunca, es un término bastante absurdo).

Esto nos lleva de lleno a centrar la discusión narrativa casi exclusivamente en la evolución dimensional del personaje a través del fenómeno Freudiano de lo “uncanny”: aquello que es a la vez familiar y alienante. El andar de Coraline a través de su (horrible) aventura está marca por la presencia constante de una disonancia cognitiva entre lo que ella cree “real pero incorrecto” y lo que percibe “correcto pero irreal”, detonado con su encuentro con La Otra Madre (no con el mundo fantástico) y que tiene su punto de quiebre con la propuesta de los botones. A partir de este punto, la disonancia desaparece y llega lo que Freud llamaría “el rechazo”: Coraline decide alejarse de esa fantasía, rechazándola por completo, pues es más sencillo para ella rechazarlo (sin importar lo fantástico) a tratar de racionalizar algo que no se encuentra en sus capacidades de entendimiento. Por eso, Coraline es una historia del “yo héroe” que francamente no necesita más y con la que todos los que hemos sido seducidos por la comodidad engañosa de la fantasía nos podemos relacionar.

A mi parecer, uno de los grandes logros del film es la ejecución estética de este (la primera secuencia es gloria). ¡Rayos! Qué belleza plástica se logró con Coraline. Es excepcionalmente notable el contraste entre la saturación de los tonos de la paleta general de la cinta. En este tipo de cintas (algo muy explotado por Burton especialmente) las tonalidades de color se explotan en tonos analógicos y complementarios: el gris, marrón, negro para ciertas circunstancias que choca y desafía al multicolor brillante o pastel del mundo en pugna (véase El Joven Manos de Tijera… debería hacer una entrada de eso… en fin…). En el caso de Coraline es un efecto más sofisticado y, debo decirlo, mucho más arriesgado: la lucha de saturación, no de tonalidad. El mundo entero sobre el que está construida la historia de Coraline está formado de colores, ciertamente hay situaciones o locaciones con más colores que otras, pero es un mundo de colores a final del día. A lo que se expone la audiencia en este caso es, realmente, a la intencionalidad de la saturación que se presenta de la siguiente manera: a mayor color, mayor locura. La película comienza con un ambiente de baja saturación y una Coraline cargada de pigmentos (el establecimiento de las fuerzas opuestas), pero conforme avanza la cinta, los colores son cada vez más fuertes y brillantes, llevando a la audiencia por la misma senda de locura que atraviesa la pobre Coraline. El color es un signo de lo “uncanny” y la saturación va en aumento hasta el grado de la locura máxima, del enfrentamiento visual que empalaga al espectador para topar de golpe con el mundo ordinario en su nuevo orden y regresar, finalmente, a la saturación baja.
Quisiera además dedicar un espacio pequeño (seré breve lo prometo… dentro de mis capacidades) a comparar activamente la película de Coraline con Stardust. Ambas historias son del mismo autor (algo que me impresiona que sea sorpresa de muchos) y abordan la premisa básica del héroe que, inconforme con su estatus quo, decide cruzar el umbral a un mundo fantástico que no lo recibe cálidamente. En lo que quisiera centrarme en la discusión es en las alteraciones que sufre el discurso bajo el crisol de la premisa del género: si el protagonista es una mujer o un hombre.

Mientras la historia de la chica (Coraline) habla al público amplio, la historia del chico (Tristán) habla a la construcción de la masculinidad (no en las capas superficiales, claro, pero en cierto nivel abstracto). ¿A qué me refiero con esto? Lo pondré más simple: Stardust es el rito de paso masculino de ser niño a volverse hombre; Coraline es el rito de paso social de ser joven a volverse… hmmm… menos joven (realmente Gaiman no aborda la cuestión de la adultez temprana). Este fenómeno es común cuando se tratan estas diferencias de género: la heroína es usada para dar un mensaje masivo, el héroe tiene, sin dudas, unos ciertos tintes masculinos ocultos en su cosmovisión. ¿La causa? No me atrevería a hacer la descabellada aseveración de decir que en una sociedad falo-hetero centrista, el ritual del niño para volverse hombre tiene un enorme peso psicosocial, pues es el despertar a la madurez, el poder y la responsabilidad mientras que, el paso de la niña a la mujer, es una cuestión más de delicadeza y sexualidad… como dije, no me atrevería a hacer dichas acusaciones, aunque de cierta forma ya lo hice.

En fin, regresando a lo que nos atañe. Coraline es una experiencia visual, narrativa y literaria de diez, especialmente para jóvenes adultos… y aquí quiero hacer el comentario/queja de: ¿por qué la gente cree que todo lo que es animado es para niños? Yo no le pondría Coraline a un niño, especialmente si no tengo ganas o la paciencia para resolver todas las dudas existenciales que les despertaría una historia así.

Ya sabes, si tienes ganas de algo bizarro, ameno y oscuro, Coraline es una opción emocionante que te quitará el aliento, pues un solo balde de Palomitas Jumbo esta vez no es suficiente.

Ficha técnica:
Coraline y la puerta secreta (2009)
Dir: Henry Selick
Prod: Selick y Claire Jennings
Guión: Selick  / Gaiman (novela)
Laika Pandemonium

Y por esta ocasión y porque su trabajo me dejó sin habla:
Cinematografía: Pete Kozachik